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La historia de la abadía del Espíritu Santo

Hay quienes piensan que la iglesia de Santi Spiritus o del Santo Espíritu pudo haber sido parte de una pequeña abadía cisterciense,. en un lejano siglo XII.

En torno a la iglesia, y siguiendo el protocolo marcado para estas abadías medievales, se habrían ido edificando poco a poco el resto de dependencias, hasta conseguir un espacio utilitario y autosuficiente: de las zonas privativas de la comunidad religiosa a áreas de trabajo como la fragua, el granero, los talleres, el palomar, la granja, las tierras de cultivo y, en este caso, viñedos y bodegas. Eran los propios monjes o los aldeanos los que trabajaban las tierras y guardaban los ganados y todo en la más estricta austeridad. Sabemos que la abadía mantuvo una vida activa dentro y fuera de sus predios y, una vez perdido el carácter primigenio con el que surgió en la Edad Media, ofreció servicios religiosos a los habitantes de la zona como una iglesia más. La Edad Moderna, donde los registros documentales aportan información más precisa, nos proporcionó datos de sus posesiones, de su contribución a la diócesis e incluso de alguno de sus abades.

Con los años, la abadía pasó a ser propiedad de un canónigo de la colegiata de San Ildefonso, Don Bernardo Orejudo y, cuenta Luis Mínguez "Orejanilla", en base a los registros parroquiales, que los vecinos le pagaban todos los años en septiembre, y a perpetuidad, dos reales y una gallina buena. Aún seguía entonces teniendo tierras, viñas y prados y gestionaba su propiedad con censos perpetuos, es decir, arrendando a perpetuidad terrenos a cambio de un pago anual. También sabemos que era muy visitada, e incluso contaba con lo que en la actualidad se consideraría un aparcamiento de visitantes, en un prado llamado de los Hermanos, y en este caso para las caballerías. También se sabe de la existencia de una hermandad asociada, la Hermandad del Espíritu Santo.

Desde mediados del XVII, el estado del templo comenzó a ser una preocupación.

El hecho de estar alejado del casco urbano lo hacía especialmente vulnerable, propenso al vandalismo y a un natural deterioro, en un paraje casi totalmente llano, abierto y expuesto a una dura climatología. No fue éste su fin, ni mucho menos, pero la trayectoria de la abadía cambió de rumbo y a finales del XVIII, cuando San Nicolás, la parroquia de Orejanilla y La Alameda, dejó de funcionar como tal por amenaza de ruina, parte de lo que allí había se llevó a San Gregorio y al Espíritu Santo, que recibió la mayoría de los objetos sagrados del extinto templo. Así fue como la antigua abadía se convirtió en parroquia, y así fue como adquirió, además del Santísimo Sacramento, una imagen de San Nicolás, actualmente desaparecida, y una hermosa pila bautismal. También ganó tiempo a su propia desaparición; con la dotación económica heredada, el Espíritu Santo vio restaurado su retablo e incorporó una función más, la de camposanto, trasladando allí el que existía adyacente a San Nicolás. Su evolución no fue ni distinta ni especial; podría ser un ejemplo más de iglesias pequeñas, procedentes de monasterios que pasaron a convertirse en parroquias de concejos, cuyas necesidades no necesitaban ya de grandes espacios.

De esta época data la cruz, a pocos metros de su entrada sur, que reza así:

"Partes adversae fugite. Ecce crucem Domini.1781"

Tampoco era este mensaje nuevo ni original. Para algunos estas palabras forman parte de una corta oración de San Antonio de Padua que llegó a popularizarse a través de la congregación franciscana. ¡He aquí la cruz del Señor! ¡Huid fuerzas enemigas!,  un pequeño exorcismo contra las fuerzas del mal que hasta el propio Don Quijote usó en su cruzada peculiar.

Además de exorcismos, las rogativas fueron una constante en estas tierras siempre sedientas de agua. 

La historia de Orejana, como la de muchos pueblos castellanos, ha estado marcada por la espera de la lluvia y el Espíritu Santo tuvo ocasión de corroborarlo con talla de su Cristo como protagonista. Esta escultura, que actualmente preside la nave de la epístola en la iglesia de San Juan, fue parte activa de un hecho que nunca sabremos si fue leyenda o realidad, pero que está íntimamente relacionado con la historia de esta tierra en sus luces y sombras de siglos y con el río que ahora seguimos, el Pontón. Nos lo trajo a la memoria Don Manuel González Herrero y la historia cuenta como un pastor de la zona, encolerizado por la falta de lluvia y pasto para sus ovejas, sacó la imagen del Cristo del templo y la llevó al arroyo del Pontón, enfrente, insultándola y apedreándola, vengando así en la talla lo que él consideraba un desprecio divino de la condición humana, pero no llovió, y siguió sin llover; sin embargo la escultura quedó desgraciadamente dañada y al poco tiempo, dicen, el pastor murió.

Menos de un siglo ostentó el Espíritu Santo su función parroquial y la situación crítica del edificio aconsejó al párroco de Orejana comunicar oficialmente su estado de ruina.

En este periodo de la historia de España, en que se sucedieron tres desamortizaciones, el Espíritu Santo no fue una excepción y en 1848 el estado puso a la venta sus prados, viñas y tierras[1]; lo que antaño perteneció a una pequeña abadía, fue adquirido entonces por los propios vecinos cuyos ancestros la habían trabajado. Corría el año de 1852 cuando fue finalmente cerrado al culto y, como era de esperar, poco a poco fue convirtiéndose en lo que ahora es, un recuerdo. No hubo más restauraciones, a excepción de una, la de dos de sus muros que fueron reconstruidos con objeto de cerrar un recinto para albergar a los muertos de Orejanilla y La Alameda, un lugar idóneo, según Madoz, pues era zona que no atentaba a la salud pública. Ahora uno de esos muros ya ha empezado a desintegrarse, igual que sus tumbas.

Había llegado el momento de repartir la herencia, por lo que lo propio y lo recibido de otros templos fue saliendo poco a poco de sus muros y así fue como su pila bautismal y el Cristo maltratado fueron trasladados a San Juan, donde pueden admirarse en la actualidad. A partir de ese momento, el declive del Espíritu Santo fue imparable; perdida la razón que lo hizo surgir, no había ninguna nueva para mantenerlo. Así fue su trayectoria vital, siempre descendente, de abadía a iglesia, de iglesia a cementerio y de camposanto a ruina. Su agonía no fue tampoco un hecho aislado sino la consecuencia del cambio político y social que tanto afectó a Castilla y que venía gestándose casi en silencio; El siglo XX trajo consigo el gran éxodo que vació pueblos y aldeas y la zona de Pedraza no fue excepción. Parece que aún no ha concluido, aunque las fiestas de siempre pretendan de algún modo resucitar su vida al calor del verano, cuando los que una vez marcharon o sus descendientes vuelven para en el periodo estival.

Con el templo fueron despareciendo hombres, mujeres y tradiciones. Así ocurrió con su popular romería de antaño y con la feria de ganados, la llamada feria de Orejanilla o del Espíritu Santo, que después de siglos de arraigo dejó su sede, las Praderuelas, al lado del templo, totalmente vacías.

La historia del Espíritu Santo es la de muchos pequeños tesoros de nuestro patrimonio que se han ido sumiendo de forma natural en un triste abandono de siglos. En el fondo, la naturaleza siempre cobra su precio. La abadía y el pueblo son un ejemplo de ello: han compartido este destino de olvido y soledad, ocultos del mundo, en su virtuoso valle de leyenda. 

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